Cuando abro los ojos constato que todavía me faltan unos cuantos metros para llegar a la valla que acota las instalaciones. Sin embargo, ya me siento a salvo. La vegetación de esta parte del jardín me protege de cualquier mirada indiscreta procedente del edificio. Así pues, me meto la mano en el bolsillo del pantalón y saco las tenacitas que birlé ayer del taller de encuadernación. No son muy grandes, pero confío en que me servirán para abrir una brecha en la alambrada. Eso es lo único que me separa de la libertad. Porque, una vez esté fuera y me adentre en el campo de avellanos, les resultará imposible encontrarme.
4/4/10
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